Me gusta el fútbol. Me gusta verlo por televisión, me gusta ir al estadio. Me gusta hablar de fútbol, sentirlo visceralmente y a veces intelectualizarlo. También noto que cada vez somos menos quienes lo reconocemos abiertamente. Es como si el fútbol hubiera sido cancelado por su relación con la masculinidad tóxica.
Esto último es irrebatible. Pero también que su universo es deleite, experimentación y creatividad. Por eso acá hablaré sobre fútbol desde la visión de David Goldblatt, como “una vía de interacción social en la que destacan la creación y la modificación colectivas de normas, turnos, reciprocidad, imaginación, animación, sorpresa y risa”.
¡Árbitro, la hora!
Se grita “¡Árbitro, la hora!” (señalándote con dramatismo un reloj imaginario en la muñeca) cuando tu equipo va ganando y el partido está en los minutos finales. Es una forma de presión para que el árbitro lo acabe cuanto antes, sobre todo si el equipo contrario amenaza con empatar.
¿Por qué lo sé? Primero, porque con mi familia hemos sido fieles seguidores del Cruz Azul, quizás el equipo más perdedor de los últimos tiempos en México (precisamente en los últimos minutos). Pero también porque es una conocida experiencia colectiva.
En Fútbol: el juego infinito (2020), Jorge Valdano la describe como nadie que yo haya leído: “Aunque el fútbol tiene un fuerte sentido de la inmediatez, necesita de los recuerdos y de la expectación. Me gusta decir que el fútbol es producto de un largo viaje desde la memoria (pasado), pasando por la emoción (presente), hasta llegar a los siempre insondables sueños (futuro)”.
Por eso, cuando grito “¡Árbitro, la hora!” o pregunto a mi hermano “¿Cómo quedamos?”, imagino que nos adentramos en un lenguaje-juego primitivo, simple y a la vez complejo; una emoción pura que, como dice Valdano, “nos vincula al presente pero con un gran sentido de impacto desde tres puntos de apoyo: el sentido de pertenencia, la incertidumbre y la posibilidad artística”.
Y es esta visión la que Goldblatt domina mejor. En su artículo “¿Cómo juegas?” parte de una mirada lúdica sobre la existencia: “A qué jugamos o no jugamos, cómo jugamos y con quién, se ha convertido en un elemento fundamental de las culturas populares del mundo moderno y de su forma de verse a sí mismas”. Y desde esa mirada se pregunta “qué deportes y culturas deportivas afrontarán el reto de reflejar una sociedad globalmente sostenible, condición necesaria para que todos podamos vivir una buena vida”.
Locos pateando una pelota vs. suicidas en masa
Sí, puede que esté romantizando el fútbol. Incluso Goldblatt comienza su análisis reconociendo “las críticas que se le hacen por sus facetas pasadas y presentes de racismo, machismo, homofobia y discriminación”, aunque advierte que “en esto mismo incurren casi todas nuestras costumbres e instituciones”.
Igualmente, suele juzgársele como un deporte que reduce la realidad a la victoria y la derrota, que prefiere la competencia sobre la cooperación; en fin, un circo trivial, poco significativo.
Pero Goldblatt nos invita a ver a niños y niñas jugando, cómo crean y participan en una “experiencia colectiva de normas, turnos, reciprocidad, imaginación, animación, sorpresa y risa”. Y propone si no sería nuestra misión buscar modos de defender e incluso ampliar el fútbol como un espacio social donde eso prevalezca. “Porque si esas no son condiciones necesarias para una buena vida, no quiero jugar”. Ni yo, como seguramente ustedes tampoco.
Ahora, volviendo a la poética visión de Valdano, él nos dice que en el sentido más profundo del fútbol están los sueños, que “son la esperanza y la amenaza que se ponen a funcionar desde que termina un partido hasta que empieza el siguiente. En esa ilusión habita el alma del fútbol, una épica, una historia humana que busca prevalecer sobre sus propias contradicciones”.
¿Exagerado? ¿Demasiado para un grupo de personas que patea una pelota? Goldblatt quizá pensaría que sí, pero también alerta que hay locuras peores, como la tendencia del momento: la cultura del automóvil, “el turno del motor”; “en serio, a los que conducen esos veloces vehículos, el cénit del petróleo ha llegado. ¿Qué van a pensar sus nietos cuando se enteren de que se bebieron las últimas gotas de gasolina dándole vueltas a una pista? Será conocido como un deporte de suicidas en masa”.
Yo prefiero la locura y la belleza de la pelota, sinceramente. Eso que los brasileños tienen tan arraigado y que sintetizan en una palabra: Ginga, que nació para nombrar el arte marcial desarrollado por los esclavos negros y se convirtió en una forma de moverse, de hablar y de jugar: “el alma libre, el amago, el regate, la libertad para moverse en el campo sin ataduras”.
Y, bueno, si el deporte es un reflejo de nuestra salud comunitaria y el fútbol es una puerta hacia una cultura participativa, reflexiva y diversa, que se arme la reta.