Hace unos días fui a mi librería favorita para comprar un libro al azar. Le pedí al hombre que me atendió, que me compartiera un título que a él le gustara: me entregó Cometierra, en sus palabras, “una joyita escondida que más personas deberían leer”. En este post les comparto mi experiencia emocional y reflexiva al leer esta verdadera joya.
Cometierra (Dolores Reyes, 2019) narra la historia de una niña huérfana que, comiendo tierra que estuvo en contacto con personas desaparecidas, puede saber cómo murieron, cuánto sufrieron y cómo encontrarlas. A partir de eso, las personas en su barrio no tardan en desbordar su casa de botellas llenas de tierra, fotografías y nombres, con la esperanza de que ella les ayude a encontrarlas.
De tal modo la autora se aproxima, de manera cruda y honesta, a diversas problemáticas sociales como el feminicidio, la marginalidad urbana, la pobreza extrema y el impacto psicológico de vivir en un ambiente marcado por la violencia. Y no obstante, lo que más captó mi interés fue la tensión entre la protagonista y la tierra.
Cometierra creció y vive en un entorno sumamente hostil —la rodean no solo incontables homicidios y feminicidios (incluyendo el de su madre), sino que también es víctima del rechazo de su comunidad, el alcoholismo de su padre y el abandono de la tía que es su tutora—. Por tanto, es de esperar que la tarea de encontrar personas desaparecidas, por más necesaria que sea, para ella se vuelve cada vez más una carga:
[Una botella] La miraba, sin saber si ya me gustaba o no, si iba a abrirla o no […] Al principio las contaba, las acomodaba con cariño, a veces acariciaba alguna hasta que me decidía a probar su tierra. Casi siempre era así, pero ese día las odiaba. Me pesaba más que nunca. Todas juntas me cansaban. Volví a caminar sobre mis pasos y entré en casa […] tratando de no pensar que el de adentro de la botella podía morirse en cualquier momento.
Así, pronto se genera aquella tensión: por un lado está el hecho de que Cometierra es la única alternativa de su comunidad para contrarrestar la negligencia e ineficiencia del Estado. Por el lado, al conocer su historia desde su propia voz e interpretación de las cosas, nos damos cuenta de que no podemos (y tal vez no debemos) esperar demasiado de su situación emocional y material.
Entonces, aunque la novela permite cuestionar las expectativas sociales y la carga emocional que conlleva ayudar a lxs demás en un entorno marcado por la desesperanza y la injusticia, creo que va más allá: explora otra dimensión de la injusticia social.
Ahora, cuando hablamos de injusticia social normalmente lo hacemos desde el lugar de las personas víctimas, que es la forma más inmediata y primaria de entender ambos fenómenos, pero pienso que no es la única.
Y es esta la otra dimensión de la injusticia social: además del problema que implican la desaparición forzada, el asesinato o el feminicidio, por ejemplo, resulta profundamente injusto que el trabajo institucional de buscar a personas recaiga precisamente en aquellas —principalmente mujeres madres— que enfrentan, además del trauma de la pérdida, la falta de recursos, el apoyo adecuado y el reconocimiento oficial. O, en este caso, es aún más injusto que la búsqueda recaiga en una niña.
Cuando lo leemos así —sabiendo lo absurdo que es esperar todo de alguien que no debería estar buscando–, la historia se convierte en un claro manifiesto, un testimonio doloroso y una crítica potente a las fallas institucionales. Porque, finalmente, mientras es la obligación total y absoluta del Estado erradicar, entre otras cosas, las violencias que conllevan a la desaparición forzada y el feminicidio, no creo que podamos afirmar que la responsabilidad la tenga Cometierra.
Al final, la autora deja abierto el futuro de Cometierra y no sabemos si logra o no salir de esta tumba en la que la gente parece querer enterrarla viva. Para mí, como lectora que no deja de sentir simpatía y afecto hacia ella, sería triste pensar que siempre será obligada por las circunstancias a volver a comer tierra y vivir todo lo que eso implica. Por tanto, escojo pensar que si bien los feminicidios no terminan, la gente sigue muriendo y las botellas siguen llegando, Cometierra logra salir de tal injusticia e iniciar su propio camino en el que irá rompiendo con todo lo que le echaron encima desde muy pequeña.