Casualmente, el año pasado al menos tres amigos me confesaron que tenían la impresión de que leían cada vez menos (me refiero a leer libros, no información en el teléfono), y un par más me dijo que hacía tiempo que no escuchaba música más allá de tenerla como ruido de fondo.
En los dos casos lo atribuían al cansancio y la falta de tiempo. ¿Pero podría ser que el soporte también sea un factor? ¿Qué es un libro sin el papel? Una señal. ¿Qué es la música sin el disco? Lo mismo. Pensemos en nuestro día a día: ¿realmente tenemos espacio y energía para seguir consumiendo indiscriminadamente señales?
Hoy casi todos los productos culturales han prescindido del soporte, reduciéndose a una señal (libros por ebooks, discos por Spotify). La justificación, se supone, es práctica: ¿para qué querrías todos esos discos y libros ocupando espacio y acumulando polvo?
“En lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos”, dice Ian Svenonius. Y el problema es que al sustituir las cosas por información se crea “una forma de vida sin permanencia ni duración”. ¿Exagerado? ¿Romántico? ¿Alerta de acumulador?
En este post presento dos visiones críticas sobre la “acumulación” de objetos, una precisamente de Ian Svenonius, que nos dice que la decisión sobre cómo escuchamos o leemos puede ser una posición política ante la cultura consumista de lo efímero. Y la de Damon Krukowski, que explora alternativas que consistan en desconectarnos y regresar a un nuevo paradigma analógico.
Instrucciones para escuchar música
Primero enciendes el amplificador. Sí, ese aparato de unos 25 kilos construido alrededor de los años setenta. Y lo primero que te sorprende, acostumbrado a la velocidad con la que una app se abre, es que no prende al instante, toma al menos 10 segundos que la lucecilla pase de rojo a verde; entonces puedes dar el siguiente paso.
Ahora seleccionas el disco, que puede ser un CD o un LP. Es casi lo mismo. Un objeto redondo dentro de una cubierta. A veces, si el caos reina, llegas a la elección perfecta para tu estado de ánimo y al abrir la cubierta, el disco no está o es otro. Maldita sea. Vuelves a iniciar.
Finalmente lo tienes, el disco perfecto para ese momento. Imagina que es un LP. Entonces vas a otro aparato que es casi mágico. La tornamesa funciona a partir de la sutil fricción de una aguja sobre los surcos diminutos del disco, y la vibración generada se transforma en música (sí, es más complejo que eso pero quedémonos ahí). Listo. Te sientas frente a las bocinas y escuchas.
“¿Y para qué todo ese pretencioso ritual si tengo Spotify?”, “Pff… tanto drama para poner una canción”. Sí, ya lo sé. En este punto voy a dejar que hable Svenonius nuevamente: “Como cazadores de información, nos volvemos ciegos para las cosas discretas, incluidas las habituales, las menudas o las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan al ser”.
Es precisamente la excitación lo que predomina hoy en el consumo de información (nada va más rápido ni es más estimulante que una persona scrolleando TikTok). Pero la excitación, dice Svenonius, “desestabiliza la vida”, su efecto no se extiende hacia el futuro. En cambio, la confianza y las promesas, la fidelidad, la responsabilidad, son prácticas humanas que requieren tiempo, se extienden del presente al futuro, pues “todo lo que estabiliza la vida requiere tiempo”. También leer y escuchar música, desde luego.
Adiós a los libros
Hay una fina línea entre una persona acumuladora y una que colecciona… o tal vez no, en realidad, si se piensa que ambas tienen casi la misma mala reputación. Es peor para quienes acumulan, es cierto; hay programas donde las exhiben y las reforman. Pero pasa lo mismo con los coleccionistas, de forma más discreta, dependiendo de qué coleccionen.
“Acumular cosas está mal, vive ligero”, dicen desde el minimal lifestyle, que se define como “un estilo de vida minimalista con un enfoque ordenado, con el objetivo de reducir el estrés y mejorar la salud mental”… y que casi siempre tiene como fin último alcanzar la máxima productividad posible, “tu mejor versión”.
Para Damon Krukowski “coleccionar es un acto creativo, el coleccionista es un salvador de cosas”. ¿Y por qué son tan importantes las cosas? “Cuando poseemos objetos los cargamos de contenido psicológico. Las cosas que realmente poseemos son contenedores de sentimientos y recuerdos. La historia que se les deposita les da un valor sentimental”.
Es obvio que no poseemos una licuadora o un refrigerador en el sentido en el que Krukowski lo dice, pero pensemos en el libro, esa cosa anacrónica, voluminosa, acumuladora de polvo. Una de las razones por las que Krukowski cree que están siendo sustituidos por ebooks o simplemente prescindiendo de ellos, es porque en la cultura de la sorpresa y la excitación “los recuerdos conservados en las cosas dejan súbitamente de tener valor. Tienen que dejar paso a nuevas experiencias. Hoy ya no somos capaces de quedarnos con las cosas, porque las cosas queridas suponen un vínculo intenso. En la actualidad no queremos atarnos a las cosas ni a las personas. Los vínculos son inoportunos. Restan oportunidad a la experiencia”.
¿Información o cosa? ¿”Vivir ligero” o acumular? Cierro con una idea genial que tuvo un amigo para compaginarlas: negoció una suscripción con una librería de viejo. Como si se tratara de Netflix, paga una membresía al dueño de la librería y a cambio se lleva dos libros cada mes. Tiene la cosa, se ahorra el polvo.