Ya no basta con pedir ayuda: es momento de exigir redistribución estructural

El relator de Naciones Unidas Olivier de Schutter lo resume con una ecuación que resulta tan simple como incómoda: un impuesto del 2 % a los multimillonarios bastaría para garantizar protección social a 820 millones de personas en los países más pobres del planeta. El dinero existe, pero permanece inmóvil.

En otro frente, la socióloga Kristen Ghodsee sostiene que frente a la crisis climática ya no alcanza con el realismo: que solo el pensamiento utópico puede romper un sistema donde las empresas prefieren dejar morir al planeta antes que reducir sus beneficios.

Ambos diagnósticos convergen en una misma advertencia: la concentración de la riqueza está capturando también el futuro político y moral del mundo. Las potencias recortan la ayuda humanitaria, los tecnócratas administran la austeridad y las corporaciones definen, cada vez más, qué vidas son prioritarias.

El resultado no es un planeta pobre, sino un planeta rehén de una estructura económica que protege la riqueza y penaliza la vida.

Una cooperación en repliegue

La cooperación internacional atraviesa una crisis silenciosa. Mientras los presupuestos de ayuda se reducen y las guerras se multiplican, la riqueza global alcanza niveles históricos. Las potencias del norte miran hacia dentro, blindan sus economías y relegan la solidaridad a un gesto simbólico.

La pobreza, el hambre y la crisis climática siguen discutiéndose como si fueran problemas de recursos, cuando en realidad son problemas de distribución y voluntad política. Los gobiernos disponen de herramientas para financiar protección social universal, pero carecen del impulso moral para enfrentarse a las corporaciones y a las grandes fortunas que concentran el poder fiscal.

El espejismo del progreso

Como advierte Ghodsee, el capitalismo contemporáneo ha logrado capturar la imaginación colectiva. Nos ha convencido de que cualquier intento de regulación o redistribución es una amenaza al crecimiento y que la desigualdad es el precio inevitable del progreso.

Mientras tanto, las compañías energéticas y tecnológicas registran beneficios récord, compran patentes que podrían contribuir a frenar la crisis climática y bloquean innovaciones que cuestionan su modelo de negocio. La utopía —una palabra que durante décadas se usó para desacreditar la crítica— se ha convertido en una herramienta política imprescindible. Porque si no somos capaces de imaginar otra forma de riqueza, seguiremos gestionando el colapso con las mismas herramientas que lo provocaron.

El fin de la ayuda

Las organizaciones sociales y la sociedad civil enfrentan un cambio de época. El marco tradicional de cooperación se desmorona y la filantropía corporativa ya no compensa la ausencia de justicia fiscal. Los retos globales exigen pasar de la asistencia a la responsabilidad, de la filantropía a la redistribución y del proyecto puntual al debate estructural sobre el poder económico.

Reclamar impuestos globales a la riqueza, financiamiento climático obligatorio, cancelación de deuda, regulación corporativa y democratización del conocimiento no debería verse como un gesto radical, sino como una actualización mínima de lo que significa garantizar derechos en el siglo XXI.

Durante décadas, la filantropía se narró a sí misma como un acto moral: los ricos ayudando a los pobres, las potencias “apoyando” al sur, las empresas compensando los daños que provocaban. Esa historia, envuelta en buenas intenciones, funcionó como un sedante colectivo: nos enseñó a agradecer la caridad en lugar de exigir la reparación.

Hoy, ante crisis interconectadas y una desigualdad que roza lo obsceno, ese relato resulta insuficiente. El desafío no es solo recaudar más, sino reescribir la narrativa del poder: asumir que la verdadera generosidad no se mide en donaciones, sino en estructuras capaces de distribuir riqueza, energía y conocimiento de manera equitativa.

La comunicación como campo político

Las narrativas económicas moldean la percepción de lo posible. Cambiar la conversación pública sobre la riqueza y la cooperación es un paso esencial para redistribuir legitimidad y sentido. Comunicar no es solo informar: es disputar marcos, recuperar palabras —justicia, responsabilidad, bienestar— que el mercado vació de contenido.

La transformación estructural empieza cuando una sociedad deja de hablar de ayuda y comienza a hablar de corresponsabilidad global. Y ese cambio, como todo cambio profundo, comienza en el lenguaje.

Comparte:

Recibe nuestro boletín mensual, ¡suscríbete!

También te puede interesar: