Tres niveles para entender la Narrativa (y dejar de usarla como palabra mágica)

No todas las narrativas significan lo mismo. Entender sus niveles ayuda a comunicar con claridad, coherencia y sentido estratégico.

En los últimos años, la palabra narrativa se volvió omnipresente.

Las organizaciones quieren “cambiar la narrativa”, “construir una narrativa propia”, “emocionar con la narrativa de nuestro reel” o “posicionar una nueva narrativa pública”.  Y aunque esa ambición es legítima —porque contar bien las cosas importa—, también encierra un riesgo: usar la palabra narrativa para todo, sin distinguir de qué estamos hablando.

Hay narrativas que buscan cambiar el sentido común de una colectividad. Otras que sirven para ordenar el discurso interno de una organización. Y otras que simplemente ayudan a contar mejor lo que hacemos en un producto especíífico.

Todas son importantes, pero operan en planos distintos. Y entender esa diferencia puede cambiar la manera en que concebimos la comunicación para el cambio social.

Te invitamos a conocer estas tres dimensiones narrativas —la política, la institucional y la comunicacional—, y a reconocer cómo se conectan entre sí para dar coherencia, sentido y dirección a lo que comunicamos.

  1. Narrativa como brújula política: leer el relato del mundo

La narrativa más profunda no es una historia: es una lectura del mundo. Es el marco cultural que define cómo una parte considerable de la sociedad entiende una causa.

Pensemos en el cambio climático. Durante años, se narró desde el miedo. Esa narrativa apelaba a la culpa individual —reciclar más, consumir menos—, pero dejaba intactas las causas estructurales del problema. Con el tiempo, nuevos movimientos sociales comenzaron a contar el clima de otra forma: como una cuestión de justicia, no solo de supervivencia. Hoy hablamos de desigualdad y redistribución del poder.

Ese giro narrativo está cambiando  la conversación pública y la brújula política del tema.
No se trata solo de “salvar el planeta”, sino de garantizar condiciones dignas de vida para todas las personas.  Esa es la narrativa del cambio climático como justicia climática, y representa el nivel más alto: el que orienta el sentido del cambio social.

2. Narrativa como identidad institucional: saber quiénes somos

Cuando una organización asume esa nueva lectura —que la crisis climática es una cuestión de justicia—, su propia identidad se redefine.
Ya no basta con decir “protegemos la naturaleza”. Su narrativa institucional debe reflejar esa comprensión más amplia: “fortalecemos a las comunidades que cuidan el territorio” o “defendemos el derecho a un ambiente sano”.

Esta narrativa busca  mantener coherencia entre lo que la organización piensa, dice y hace. Sirve como eje de claridad interna, orienta las decisiones, y mantiene la conexión entre misión, valores y acción. Así, la organización no solo se posiciona dentro del debate climático, sino que encarna una visión clara del cambio que impulsa.

3. Narrativa como recurso comunicacional: contar con sentido

El tercer nivel es el más visible: el storytelling.
Aquí la narrativa se traduce en historias concretas que acercan esa visión institucional a las personas.

Siguiendo el mismo ejemplo, una organización que trabaja por la justicia climática puede contar la historia de una comunidad costera que restaura manglares para proteger su territorio, o de una joven que lidera una red de agricultoras resilientes frente a las sequías.
Estas historias conectan con la emoción, hacen tangible la causa y le dan rostro a una idea compleja.

Pero si no están sostenidas en una identidad clara ni responden a una brújula política, se quedan en anécdotas.  El storytelling solo tiene poder cuando traduce una lectura institucional coherente y una comprensión profunda del mundo.

Cómo se unen las tres dimensiones

Los tres niveles forman una cadena que va del sentido político al relato cotidiano.
Primero, la brújula política define el marco: nos ayuda a entender cómo se está contando el mundo y desde qué valores queremos intervenir. Después, la narrativa institucional traduce esa lectura en identidad: quiénes somos y cómo actuamos en ese contexto. Y finalmente, el storytelling lo comunica: convierte ideas abstractas en historias humanas que inspiran y movilizan.

Cuando estas dimensiones se articulan, la comunicación deja de ser reactiva y se convierte en estrategia. Porque ya no solo contamos historias: sabemos desde dónde las contamos y hacia dónde queremos que lleguen.

En cambio, cuando las confundimos —cuando llamamos “narrativa” a una simple campaña, o esperamos transformación cultural a partir de un video—, perdemos foco, tiempo y recursos.

Las organizaciones más sólidas son las que entienden cómo se relacionan el poder, la identidad y la comunicación. Las que invierten tiempo en leer el contexto, definir quiénes son y construir historias que duren más que una tendencia.

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