…Yes you lied to me all these years
You told me to wash and clean my ears
And talk real fine just like a lady
And you’d stop calling me Sister Sadie
Oh but this whole country is full of lies
You’re all gonna die and die like flies
I don’t trust you any more
You keep on saying «Go slow!»
But that’s just the trouble
Mississippi Goddam, Nina Simone
¿Qué constituye a un/a activista? Si le preguntamos al ChatGPT, esta es la definición universal, bastante romántica en mi opinión, que te presenta: “Es un individuo comprometido que trabaja en promover cambios significativos en la sociedad, defiende causas sociales o políticas y aboga por la justicia y la igualdad”.
Aunque es correcta, me parece que le faltan sus motivantes centrales. Muchas veces creemos que son personas que un día decidieron levantarse y marchar contra alguna injusticia, cuando nos damos cuenta de que en realidad no tuvieron mucha opción: simplemente decidieron no permitir el abuso contra sí mismas, su comunidad, la naturaleza o los animales, oponiéndose, en fin, a aquello que consideraron implicaba “la destrucción de las condiciones vivibles de su vida”.
Si lo pensamos así, quizá la siguiente pregunta sea por qué no todxs lo somos. A todxs nos importa “algo”, ¿o no? Todxs corremos el riesgo de que “alguien” nos arrebate lo que consideramos indispensable para nuestra calidad de vida. Pues a partir de esto expondré tres características que, en mi opinión, son el verdadero corazón de cualquier persona activista, y son constantes en personajes históricos y en mi quehacer diario.
No hay valentía sin miedo
Judith Butler en su libro Sin Miedo, analiza el concepto de “discurso valiente”, original de Foucault. De acuerdo con ella, para serlo deben reunirse tres condiciones: “Quien habla expresa lo que considera verídico, quien habla cree estar diciendo la verdad, y quien habla asume un riesgo por el mero acto de hablar”.
Esto no significa que hablar sin miedo sea necesario para mostrar valentía, añade Butler, sino que no debería ser impedimento para hacerlo, especialmente porque “cuando hablamos, no lo hacemos sencillamente con nuestra voz, sino con otras”.
Es así que la valentía forma parte de una persona activista, especialmente cuando va en contra del propio Estado, pues, explica Butler, conocemos de sobra las consecuencias que tal vez sigan, y hablar aún así, con miedo, es un acto valeroso.
Una pizca de digna rabia
El año pasado descubrí a la filósofa colombiana Laura Quintana y su estudio sobre el concepto de digna rabia, el cual hace referencia a transformar el enojo o la indignación frente a una injusticia u opresión, en acción constructiva.
Dicha autora explica la importancia de diferenciar la rabia del resentimiento. “La rabia, cuando se politiza, no quiere simplemente culpar a otros por el daño que se padece, como lo hace el resentimiento, o quedarse fijado a una herida que no deja de doler. La rabia, interpreta políticamente el daño, no lo fija en otros, sino que quiere cambiar el mundo. Entonces, deja de ser un afecto que fija culpas para volverse un afecto que tiene un potencial emancipador”.
Es así que una persona activista se hace a partir de la rabia y la indignación, y en su capacidad de transformar ambos sentimientos en acción hacia el cambio. Probablemente sea más fácil teorizar que practicarlo, pero las personas que después de un periodo de duelo lo han logrado, se vuelven mucho más fuertes para ser verdaderos actores de cambio.
La violencia tendría que ser parte de la lucha
Ahora, para ser totalmente franca, siempre me he decantado por las revoluciones, y es a partir de estudiar la dinámica de algunos de los cambios sociales más importantes en la historia, como fue la lucha por los derechos civiles y la igualdad racial en Estados Unidos o La Primavera Árabe, estoy convencida de que son aquellas las responsables de los cambios profundos. Pero, ¿significa que el cambio debe traer detrás destrucción? No lo sé.
En su autobiografía, Víctima de mi hechizo, Nina Simone narra cómo para lograr un verdadero avance en la igualdad racial “la violencia debía ser parte inevitable de la lucha”.
“Todo lo que alcanza el poder lo posee a expensas de otras personas, y para arrebatarle ese poder es indispensable hacerlo por la fuerza porque jamás lo entregará por decisión propia. Cuando llegué a tan desgarradora convicción supe que había dado un gran paso en la evolución de mi pensamiento político, porque caí por fin en la cuenta de que en realidad estábamos luchando por la creación de una sociedad nueva…la única manera de alcanzar de una vez por todas la igualdad era que el país cambiará completamente, de arriba a abajo. Y este cambio tenía que empezar con mi propia gente, con la revolución negra”.
Conclusión
Si unimos todas estás visiones, contrario a lo que se piensa comúnmente, ser una persona activista no es un trabajo deliberado, sino un perfil creado a partir de que nos toque, de manera directa o indirecta, y la mejor forma de transformarlo en acción es contagiar de esta indignación al resto de nuestra comunidad, y que juntxs logremos fortalecer la visión de cambio que queremos.