Hay películas que para mí han quedado vetadas de por vida. ¿La razón?, me hicieron sentir extremadamente culpable, pues sé que todo lo narrado en ellas son analogías de problemas sociales que me angustian y de las que siento que podría estar haciendo más.
Una de ellas es Okja, de la cual no hablaré más porque me pondré a llorar, y otra Don’t Look Up, una sátira sobre cómo dos astrónomos intentan advertir la aproximación de un cometa que destruirá a la Tierra, pero nadie les cree y el mundo la palma.
Por meses me quedé con la cena final de la historia en la cabeza, pues evidentemente era una analogía sobre cómo nuestra inacción ante la destrucción del planeta hará que pronto la humanidad padezca antes de extinguirse, y lo más triste para mí es que antes de todo eso lo que desaparecerá serán bosques, mares y animales.
En especial, esta última película aportó a mi ansiedad, esa que todos los días se me acumula cada que abro un periódico y veo nuevos datos del avance de la crisis climática; nuevos incendios forestales causados por olas de calor; cómo los plaguicidas están aniquilando a las abejas; cómo los animales huyen aterrados por la construcción del Tren Maya o, incluso, cuando se acerca una brigada que va podar “en exceso” los frondosos árboles de mi calle, y la inacción de mis vecinos ante esto.
Sé que no estoy sola en esa angustia y también que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo ha nombrado de diferentes formas, siendo la más popular eco-ansiedad, aunque también se usa solastalgia, angustia ambiental, duelo ecológico o angustia psicológica relacionadas con el clima, padecimientos que podemos sufrir cualquiera, pero en especial los niños, los jóvenes y los activistas.
En 2022, The Lancet encuestó a 10 mil jóvenes del mundo, de 16 a 25 años: más del 45% aceptó que sus sentimientos sobre el cambio climático afectan negativamente su vida cotidiana, e incluso el 75% de ellos consideró, a su vez, que el futuro es aterrador y el 83% que la gente ha fracasado en cuidar el planeta. Y no sorprende, pues muchas de las narrativas de medios masivos, organizaciones y gobiernos se enfocan en que en ellos recae la responsabilidad de salvar al mundo.
[Por cierto, si no has visto la película francesa La Cruzada, donde un grupo de adolescentes toma la riendas e idea un gran plan para salvar al planeta, es momento de que lo hagas, te conmoverá].
¿Cómo procesar la posible inminencia de la devastación?
Evidentemente, las decisiones y los sacrificios sobre nuestro modo de actuar son personales. Desde racionalizar la forma de consumir y cuestionar la industria alimentaria, hasta replantearnos, como lo hace el movimiento ‘Birth strike’, nuestra desendencia.
También hay una metodología psicológica que nos permitirá entendernos y convertir tales sentimientos negativos en ideas productivas. Renée Lertzman, psicóloga especialista en crisis climática (sí, ya existe una especialidad), explica tres conceptos que pueden hacernos sentido.
El primero es “ventana de tolerancia”, que estamos viviendo todxs y que básicamente implica que alojamos todo el estrés que podemos tolerar y mientras este se mantiene dentro podemos seguir funcionando, mientras que cuando sale, colapsamos. Aplicado al cambio climático, imaginemos que cada nuevo informe científico que leemos o documental que vemos, provoca una culpa en nosotros por lo que estamos haciendo y el impacto que esto tiene realmente, lo cual hace que nos movamos personal y colectivamente hacia afuera de la ventana, y colapsemos.
Aquí es donde se conecta el segundo concepto, denominado “doble vínculo”, que es estar atascado, o sea, “Maldita sea si lo hago” y “Maldita sea si no lo hago”; es un sentimiento muy humano que nos deja en el limbo y lo viven muchas personas, enmascarándolo como “apatía”: cuando dichas personas son bombardeadas con mensajes de motivación o culpa, simplemente se apagan en la inacción.
Y es cuando sobreviene el tercer concepto, más difícil de conectar: “la sintonización”, que es cuando nos sentimos comprendidos y aceptados. La paradoja es que cuando esa sintonía se alinea con nuestra ventana de tolerancia somos mucho más capaces de afrontar los problemas con creatividad y adaptabilidad.
La sintonía es personal, por lo que todo empieza siendo honestos con nosotrxs mismxs sobre “Cómo me siento”; posteriormente, nos permite sintonizar con pequeños grupos, familia o amigos. La idea de este trío de conceptos nos permite comprender cómo funciona nuestra mente ante la crisis.
Esto es solo un brochazo de modo que pueda hacernos sentido cómo nos sentimos, y que la culpa, el cansancio y el desgano no es casual, pero también que son una invitación para reflexionar que es en el caos justo cuando podemos replantear nuestra forma de vivir actual, lo que repercutirá sin duda globalmente.